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La mirada ajena

LEOPOLDO DE TRAZEGNIES GRANDA

                Yo no veo, a mí me ven. Pienso que mi mirada ciega es la de un personaje del Greco, ladeada, implorante, como si me ahogara reprimiendo mi angustia, pleno de paz y de luz eterna. Tengo la impresión de pertenecer a sus cuadros, tal vez soy uno de los personajes en primer plano de "El entierro del conde de Orgaz" y hasta hoy he hecho mi vida sin saberlo.

                Se me acerca gente de todo tipo a observarme. No sé si me ha paralizado mi propia angustia o la de los que me miran, pero soy incapaz de mover ni una ceja. Mi inmovilidad desencadena en mi cerebro pensamientos vertiginosos: ¿Esto es la eternidad? ¿Qué hay después de la muerte? ¿La existencia en el más allá es sólo un recuerdo congelado como el cuadro del Greco, un recuerdo inamovible como yo?

                ¡Cómo puede haber tanta vida a mi alrededor mientras yo permanezco quieto! En mi cuerpo de piedra mi corazón sigue latiendo. Llueve, la gotas resbalan por mis alas plateadas de arcángel mojado. ¿Será así la separación entre la vida y la muerte? Un ser transparente me hace señas detrás de una fina cortina de agua. Una niña llora asustada enredándose en la falda de su madre. Un niño me tiende un caramelo que yo no puedo coger. Una joven se dirige en bicleta a encontrarse presurosa con un amigo. Una mujer madura de aspecto extraño me mira interesada y me sonríe tiernamente desde muy cerca, percibo su aliento a lilas. Le devolvería la sonrisa, pero temo romper la magia que ha surgido entre sus labios y mis hilos de plata. Su expresión de ternura me ha conmovido y me ha levantado el ánimo en la mañana húmeda, lo considero una prueba de que este mundo todavía es habitable, me convenzo de que todavía despierto sentimientos en los demás. Es una de las razones para dedicarme a estatua humana por las plazas. Veo alejarse a la mujer evitando contonearse, como hurtando un reflejo mío.

                Un hombre mayor con gesto severo me echa una moneda en el sombrero y se retira andando para atrás. Al fin podré comprarme un bocadillo, pienso, no he comido nada desde que esta mañana me caractericé de figura bíblica y me subí al cajón. La gente continúa observándome mientras yo revivo la mirada de la mujer y me consuelo pensando en el bocadillo que me espera.




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PAGINA ACTUALIZADA EL 30/1/2011

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