BULEVAR PROUST
AUTOR: Leopoldo de Trazegnies Granda
Ediciones del Abaco Roto. Sevilla, 2003

 

"BULEVAR PROUST"

Homenaje al poeta Javier Heraud

       "El 15 de enero de 1916 se creó el mundo. La Tierra tenía una forma ovalada de aproximadamente veinte kilómetros de arco. Abarcaba desde el Morro Solar en Chorrillos hasta La Punta en el Callao, envolvía un océano con una única isla, isla-presidio invisible desde Miraflores. Sin embargo las costas ya estaban pobladas por diversas especies animales y proliferaban seres reales, inmateriales, británicos, frailes, antilimeños y dentistas, todos poetas. Aunque ese año no se pudo inaugurar el paraíso ni celebrar carnavales porque Eva, mi vecina, aún no había nacido.

       Y el alto litoral del universo se veía cortado por acantilados de azoteas y malecones dejando un cielo abierto a las gaviotas. Chorrillos, "superpanorama, con una cuarta dimensión, de soledad"; Barranco "zigzagueante, marina en relieve tallada a cuchillo"; Miraflores con jardines de buen césped y casas en hileras como velas expuestas a un sólo viento.

       La vida se desenvolvía en dos planos a veces contrapuestos, uno al borde del mar entre húmedas Vírgenes, patronas de pescadores, en grutas de piedrapome, y otro arriba, ordenado, al nivel del pavimento, que se extendía a tierras y barrios inexplorados. "Los acantilados tienen arrugas y tersuras impolutas, y livideces y manchas amarillas de frente geológica, académica", como la cabeza distante de Vallejo, en cambio arriba prosperaba la civilización modernista. Mazurkas de jóvenes vienesas y músicas vernáculas se estaban convirtiendo en los chachachás de la Sonora Matancera, y había hasta cinemas y un Palais Concert. Más lejos, en Surquillo, detrás de las vías del tranvía que unía Lima a Chorrillos, por el camino de los cañaverales, decían que había lupanares a pleno sol a los que se tenía que ir con revólver.

       Martín Adán inventó en Miraflores el "bulevar Proust" para poder conversar de poesía con Eguren pero al no decir dónde estaba situado no ha podido figurar nunca en los planos de la ciudad. "Mientras el sol en la neblina vibra sus oropeles" las parejas bajaban a las caletas de rocas por los senderos del noviciado: "Mi quinto amor fué una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi en el mar..."

       En esa época, Javier dibujaba a dos manos flores y mariposas y también fusiles en las aceras y fachadas de la avenida Larco, con terrones de tiza que traía de las trincheras del "Reducto". Pintaba fusiles sin saber cómo eran y no les ponía gatillo. "Yo soy un río que viaja dentro de los hombres".

       En los ficus de la alameda del anticlerical Ricardo Palma íbamos a cazar gorriones a hondazos mientras las colegialas oían misa de una en la parroquia.

       La avenida Larco, como el "bulevar Proust", también tenía aspectos imaginarios; por un lado era urbana y comercial y por el otro se convertía en verde parque primero y luego se prolongaba como un espigón sobre el mar. Sin saberlo, una nueva generación de poetas estaba aprendiendo a interpretar "la sicología del gallinazo" antes de convertirse en "gallinazos sin plumas".

       Un "hombre sin raza y sin edad" se acercó a Javier. ¿Si no fué Adán quién era? Se agachó sobre la flor más grande señalando el incomprensible fusil: "Borra esto, Héroe, que te puedes hacer daño. Deja sólo la rosa presentida y alguna mariposa". Pero Javier presentía la bala sucia en el río, el plomo que rasgaría sus versos y sus venas y mataría su "corazón de pájaro". "Yo soy el río que canta al mediodía".

       Los miraflorinos solíamos ir a Barranco por la costa, por los espigones marinos que soportaban la frontera del mundo inferior, saltando por los arrecifes, abandonadas las bicicletas a su inútil geometría, con las voces empapadas y llevando a rastras los horizontes de unas olas empeñadas cotidianamente en darse golpes contra las rocas. Era la única forma de llegar al "bulevar Proust". A la altura de la casa de Abraham Valdelomar, transparente y suspendida sobre los acantilados al igual que el propio bulevar, anclaba un "Buque negro", lo que hacía sospechar la existencia de otro continente (¿Asia?) como un planeta hundido. Exactamente detrás se encontraba Barranco. Desde el "bulevar Proust", al ponerse el sol, se podía adivinar cómo "la niña de la lámpara azul" se metía al mar. Por entonces, en la geografía de Javier no figuraba Moscú, ni La Habana y en su cabeza las flores aún no olían a pólvora.

       Las grandes flores y mariposas se borraron de aceras y fachadas, no por la lluvia, que no llueve, sino por el paso del tiempo. Los fusiles no. "Llegará la hora que tendré que silenciar mi canto luminoso y todo se disolverá en mis nuevas aguas apagadas". El río había pasado por Moscú, había llegado a La Habana y ya estaba otra vez de vuelta en su lecho amazónico. Un estampido verde remeció la selva, los árboles cubiertos de loros y tucanes saltaron hechos añicos, y esta vez Javier Héroe vio el gatillo y el dedo del soldado y en su cabeza las flores apestaron de golpe a pólvora. En medio del río Madre de Dios nació su cadáver".


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PAGINA ACTUALIZADA EL 5/2/2003

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