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Conjeturas y otras cojudeces de un sudaca



POETAS MUERTOS


Leopoldo de Trazegnies Granda

         Oquendo de Amat, como Vallejo, murió mucho en Europa. Había salido, como todos los poetas, "de la U. de la Underwood" en el Perú y llegó a España hacia 1935 enfermo de imágenes y letras. Aparte de su propia muerte metida en los pulmones y una paliza que le dieron al pasar por Panamá, traía como único equipaje un librito titulado "Cinco metros de poemas", que él recomendaba abrirlo "como quien pela una fruta". Desapareció, meses antes de iniciarse la guerra, en un hospital de Navacerrada donde nadie pudo curar su vertiginosa muerte peruana. Carlos Meneses (que llegó a España como yo, o sea, tarde) está sumergido en la inmensidad de su breve vida y obra.
         Si fuera posible nacer antes o haber estado en el pasado, me hubiera gustado tener la suerte de conocer a Oquendo, a Vallejo, aunque tengo la certeza que de poco me hubiera servido. He desperdiciado siempre las mejores ocasiones que se me han presentado en la vida para hablar con personas excepcionales. Por una razón inexplicable me pongo a decir cojudeces (más que habitualmente) ante la mirada comprensiva del personaje.
         A Aleixandre sí tuve la suerte de conocerlo. Fui a su casita de Velingtonia 3, gracias a la benévola recomendación de la novelista Elena Quiroga. Llegué tarde con unos cuantos poemas mal mecanografiados en la mano y no lo vi. Aleixandre (como todo el mundo sabe) era transparente. Sólo pude distinguir la luz que entraba del jardín y sus manos en los reposa-brazos del sillón. Al escuchar su voz me di cuenta que estaba realmente allí. Me habló mucho de Claudio Rodriguez, poco de él mismo y me preguntó con gran interés por lo que estaba escribiendo. Yo no supe qué responderle, se me había olvidado hasta mi nombre. Le solté mis poemas que él acogió con cariño y nunca me atreví a preguntarle su opinión. Pero ese año le felicité las Navidades por correo desde Herrera de Pisuerga (por donde yo andaba haciendo encuestas de mercado) y tuve la gran satisfacción de recibir una tarjeta suya.
         Con Javier Heraud nos dedicábamos a ensuciar las aceras miraflorinas nada más salir yo de la guardería. Garabateábamos barcos y montañas que trepaban por las fachadas de las casas como enredaderas de tiza. Veinte años después no nos reconocimos y Fernando Tola tuvo que volvernos a presentar en el colegio mayor Guadalupe de Madrid. Casi no hablamos. Él iba en busca de su destino final: Moscú, La Habana, la selva amazónica y la muerte por bala explosiva en el corazón. Había nacido poeta y tuvo que morir como guerrillero.
         Aleixandre y Heraud vivieron con edades diferentes bajo cielos opuestos, entre otros poetas de Miraflores distintos, uno derramando la paz, el otro aprendiendo como un niño garabatos de violencia.
         Y me causa una gran satisfacción poder reunir en mi memoria estos cuatro nombres como si los hubiera conocido realmente:

Oquendo Vallejo Aleixandre Heraud.

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PAGINA ACTUALIZADA EL 30/10/1999