Creo que deberíamos celebrar con júbilo la aparición (en su más estricta acepción) del pequeño Nicolás.
No se trata de un impostor como se viene repitiendo porque no suplanta a nadie. Francisco Nicolás Gómez Iglesias es un personaje nuevo de la literatura picaresca española como lo fue el Don Pablos quevediano o el Guzmán del Aljarafe.
El pícaro no es un bribón, es un gran simulador que se codea simultáneamente con el hampa y con los poderosos. Se rebela contra la sociedad perversa de los banqueros que abusan de los humildes quitándoles sus ahorros "preferentes" pero sin utilizar la violencia porque sabe que es inútil, que perdería siempre, y prefiere utilizar la astucia.
Cuando el mendigo Guzmán se envuelve en una capa de caballero sobre un corcel robado, no es para atacar a la Santa Hermandad sino para pretender a una dama de alcurnia, aunque piense que los uniformados son "gente nefanda y desalmada que por muy poco jurarán contra ti lo que no hiciste".
En el siglo XVII los nobles tenían a la religión y a la Inquisición de su parte, ahora la nobleza financiera tiene al gobierno y a los jueces de su parte. "Líbrete Dios de juez con leyes de encaje...". Oponerse a la injusticia es crearse su propia ruina, allí están los casos de los jueces Garzón y Silva defenestrados.
Los Don Pablos y Guzmanes saben que la única manera de desenmascarar la corrupción de los "mandamases" es mezclándose con ellos, como el Papa ateo que quiso terminar con la Iglesia. Eso es lo que ha hecho este Nicolasillo avispado que tan pronto saludaba al Rey o se sentaba en la misma mesa que Aznar como desayunaba en la barra de un bar del barrio de "La Prospe".
En las reuniones a las que asistía Nicolás los verdaderos impostores eran los demás, los políticos injustos que suplantan a los justos, los banqueros deshonestos que suplantan a los honestos etc. para robar y obtener pingües "beneficios legales". Nicolasillo era simplemente un pícaro, como Don Pablos, como Guzmán, en una sociedad degradada.