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Mapa de Los Alcores

 
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  • Atsuhiro    
  • La Giganta    
  • La niña que llegó de la nada    
  • La historia de los olivos    
  • Umbral    
  • Paradojas literarias    
  • Malentendido    
  • Entre árboles    
  • La llamada del tigre    
  • Carmona    
  • La destrucción o el Alcor    
  • Espectáculo invisible    
  • Fuego, agua y aire    
  • El linyera    
  • Oromana    
  • La poesía en la calle    
  • Bonsor: amante    
  • La Boticaria    
  • Navidad, odiosa navidad    
  • Caballos de Dos Hermanas

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  • Muerte de un poeta       
  • El penúltimo duelo       
  • Paisaje humano       
  • La construcción       
  • El cometa       
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  • La ceremonia de las palabras       
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  • El tranvía de Chorrillos       
  • La hacienda de Cecilia       
  • Ummo sin H y con dos M   

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    Crónicas visueñas

    Visueño: natural o propio        
    de El Viso del Alcor (Sevilla).        

     

     

     

     

  • Para adquirir el libro de forma digital o impresa: Librería BUBOK

     

     

     
     

    Leopoldo de Trazegnies Granda           

     

    ATSUHIRO

              Me dirijo como todos los días al portal del edificio en Sevilla donde imparto clases de internet y me encuentro que el ascensor está ocupado por un oriental espigado, hierático y maltrecho que espera sereno a que se cierren las puertas para que la caja de espejos inicie su ascenso. ¿Sube? le pregunto y me respondesin un ápice de ironía en la mirada a pesar de que sabemos que el edificio no tiene sótano.

              Una vez dentro, intuye que hago esfuerzos por reconocerlo y me aclara: Soy Atsuhiro Shimoyama.

              Lo recuerdo, es el "Niño del Sol Naciente", joven torero nipón que entrenaba en un cortijo de Alcalá de Guadaíra apadrinado por Curro Romero. Ahora en baja permanente a causa de herida por asta de toro que le comprometió la médula espinal y el aparato locomotor. ¡Atsuhiro! digo sorprendido. , vuelve a responder con la cabeza y una sonrisa helada.

              Después de la cogida he decidido estudiar informática, añade con voz oriental, entrecortada.

              Misteriosamente me viene a la memoria el día que me crucé con Rafael Alberti a las tres de la madrugada a la salida del VIPS de Princesa en Madrid y sin mediar palabra me dio un abrazo. ¿Sabría que se lo daba a un poeta frustrado?

              Alberti tenía algo de japonés en la comisura de los labios, una sonrisa melancólica, y Atsuhiro algo de andaluz herido. También hubiera querido darle yo un abrazo al japonés que vino a Sevilla ilusionado con ser figura del toreo y una cornada lo dejó hemipléjico.

              Pienso en esto mientras me acerco al aula y veo a Atsuhiro andando como un autómata delante de mí.

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    LA GIGANTA

              El calor de agosto en Los Alcores resbala sobre la pared del patio y la puerta de madera y el suelo de baldosas de mi casa, como un velo blanco de nubes secas. En un rincón de la sala el paisaje verde de la campiña francesa ha colonizado la pequeña pantalla de la televisión. Están emitiendo el "Tour de France". Es mediodía y llueve en Mont de Marsan, los veraneantes han salido al borde de la carretera abriendo sus paraguas de colores para ver pasar a los ciclistas.

              De niño leí unos cuentos franceses que sucedían en la Cuesta de la Giganta, ahora veo a los corredores ascender a penosas pedaleadas la montaña, pero yo estoy más atento a los espectadores de la competición y a la arboleda que tienen a sus espaldas por si descubro mezclados entre las sandalias del público los enormes pies de la Giganta.

              En los cuentos ella estaba enamorada de un maduro leñador, ahora puede que lo esté de un ciclista y se asome a la carretera con la ilusión de atisbar a su príncipe veloz coronado con su casco de plástico amarillo. A lo mejor hay un lagrimón suyo mezclado en el barro que salpican las ruedas de las bicicletas.

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    LA NIÑA QUE LLEGÓ DE LA NADA
    (Noticia aparecida en la prensa el 29/1/2007)

              Bajo este frío titular hay una hermosa historia protagonizada por una linda niña recién nacida que vino al mundo no sólo para amar y ser amada como cualquier otra niña, sino también con la misión de salvar a su hermana mayor.

              Estaríamos dispuestos a hacer lo imposible, a atravesar el planeta a nado si es necesario, para salvar de la muerte a una persona querida, pero venir desde la Nada para curar a su hermana es aún más difícil, porque hay que superar los alambiques de la procreación para aparecer por fin en este planeta trayendo el remedio en la mano, más exactamente en su pequeño ombligo. Es la proeza que ha hecho María para salvar a Clara.

              Clara tiene catorce años, debería haber estado jugando como el resto de sus compañeras, preparando su corazón para sus primeras emociones de mujer, sus primeras lecturas, su primer amor, como una flor ante su primer amanecer, pero Clara sufría una enfermedad incurable que la apartaba del desarrollo normal de su naturaleza.

              Sus padres tomaron la decisión de traer otra hija al mundo para salvar a Clara. Se puede concebir un hijo por muchas razones, para que perpetúe nuestra memoria, para que herede un patrimonio o un trono, o sin ninguna razón aparente, pero la más noble de todas es que venga a salvar a otra persona. Sus padres lo hicieron con la ayuda de la medicina. Seleccionaron el embrión genéticamente compatible que permitiera a la recién nacida donar las células de su cordón umbilical para reparar las de la médula enferma de su hermana mayor. Y así nació María. Andalucía es puntera en la investigación con células madre, pero esta bella historia de amor no tuvo lugar aquí sino en Cataluña, la primera en España de este tipo.

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    LA HISTORIA DE LOS OLIVOS

              Dos Hermanas es una villa-ciudad, al pie de Los Alcores, campo cruzado de barcos que se van bebiendo el río hasta Cádiz tras el rastro de los antiguos galeones que descubrieron América. Plaza grande de olivos fantasmas, como Alcalá de Guadaíra y el resto de pueblos que algún día formarán la Sevilla Metropolitana. Vivo en la bifurcación de carreteras de estas dos poblaciones y habitualmente dejo que mi coche escoja el rumbo que le resulte más cómodo.

              He llegado a la Feria del Libro de la urbe nazarena: los best-sellers, chillones, en primer plano, luego la literatura, por último los libros viejos (habría que decir venerables) casi ocultos en las estanterías interiores. Descubro un Pizarro encuadernado en rojo con las tapas en mal estado y etiqueta escolar numerada en el lomo (B-PIZ-bus). Lo abro con cuidado y compruebo que el autor es mi antiguo profesor limeño José Antonio del Busto (Ediciones Rialp, 1965). Las guardas están llenas de sellos de distintas bibliotecas: Centro Andaluz del Lecturas, Miraflores de Sevilla y por último Municipal de Dos Hermanas (Registro 7.136). Aún lleva adosada la cartilla de préstamos: el último que lo pidió tenía el carnet Nº 1.734, se llamaba Juan Gutiérrez Merino y lo devolvió el 16/2/1999.

              Pregunto al librero si no se trata de un error, si ese libro no debiera estar en la Biblioteca Municipal. Me aclara que el ayuntamiento está adquiriendo nuevos libros y que han cedido los que renuevan para obtener fondos para ayudar a las ONG que trabajan en el Perú, en el Perú de Pizarro. Lo compro para releer, pausadamente, entre olivos nazarenos, el viaje épico del conquistador por los Andes, desde Cajamarca hasta el Cuzco, que nos lo explicó en clase el propio autor hace ya cincuenta años.

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    UMBRAL

              Francisco Pérez Martínez (Umbral) era el clásico español enfurruñado de serlo, como Fernando Fernán Gómez, aunque éste naciera en Lima; ambos escritores/actores. Umbral era actor en la vida real.

              Yo lo vi actuar en Sevilla: entró con una pequeña maleta a los servicios de la cafetería del aeropuerto, iba vestido con una chupa de cuero negro y camisa sport, salió minutos más tarde elegantísimo de terno planchado, corbata de seda roja y pañuelo poché. Se sentó en una mesa próxima a la mía. Me extrañó que no llevara ningún libro en las manos y que se quedara mirando al techo con aire aburrido.

              Varios años antes había tenido la suerte de que Umbral me hiciera una crítica (mala) de mi primer librito de poemas en la franquista revista "Poesía Española".

              Me armé de valor y me acerqué a saludarlo. Con la impertinencia propia de los tímidos le dije: "Tenía interés en conocerle y he visto que hoy se me presentaba la oportunidad de conocer a dos Franciscos Umbral". "¿Por qué dice usted eso?" me interpeló iracundo. "Porque lo he visto salir de los servicios con una personalidad completamente distinta de la que entró", le respondí.

              Evidentemente no le hizo gracia mi observación. Me aclaró que venía de dar unas conferencias universitarias en Carmona y que al llegar a Madrid no le daría tiempo a cambiarse de ropa para asistir a la presentación de un libro.

              Percibió mi acento y a continuación me espetó con cierta ironía que tenía suerte porque ahora era el momento de la literatura suramericana. Ciertamente, en esos años Carlos Barral estaba publicando a la mayoría de los novelistas del "Boom".

              Umbral se sentía el Larra incomprendido del siglo XX, pontificaba con un punto de resentimiento. Nos despedimos cuando nos llamaron para embarcar. Ese vuelo saldría peligrosamente hacia Madrid con sobrecarga de vanidad.

              Hoy ha vuelto a viajar, esta vez en su vuelo definitivo, Umbral se lleva al otro mundo parte de la España crítica, desmesurada, a veces arbitraria y atrabiliaria, pero sin duda imprescindible.

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    PARADOJAS LITERARIAS

              Algunos escritores, seguramente por falsa modestia, suelen manifestar que ellos empezaron a escribir "imitando" a los escritores que admiraban. Yo en cambio considero que lo más difícil para un narrador principiante es poder acercarse a la manera de escribir de los escritores de renombre. Creo que normalmente es al revés, que uno empieza escribiendo lo que se le ocurre de cualquier manera y luego, acostumbrados ya a tachar y a corregir, concientes de que siempre se puede encontrar una palabra mejor, uno se va poniendo de acuerdo consigo mismo en lo que desea transmitir y es cuando se puede permitir el lujo de decirlo "a la manera de" o el máximo lujo de no escribir a la manera de nadie sino a la propia.

              En un congreso de escritores Bryce dijo que él no tenía oportunidad de corregir porque nunca releía lo que escribía. Monterroso, que tomó la palabra al terminar el escritor peruano, continuó diciendo "pues yo más que escribir corrijo". En otra conferencia en Madrid Lobo Antunes abundó en la misma idea diciendo: "escribir no tiene misterio, lo difícil no es eso, sino corregir, porque no hay profundidad ninguna, sino infinitas superficies". Tal vez allí radique la diferencia de estilos entre un escritor mediocre y un buen escritor: en cómo se corrige.

              Igualmente me sorprende cuando alguien sólo conoce los rudimentos de un idioma y dice que consigue enterarse del sentido de una conversación aunque no entienda exactamente las palabras. Me parece asombroso. A mí me pasa justamente lo contrario, si tengo conocimientos elementales de una lengua consigo captar algunas palabras, o frases sueltas, pero no tengo ni idea del sentido que se les está dando. Entender lo que alguien quiere decir me parece lo más difícil, aún en la propia lengua.

              Por eso yo admiro a los escritores que han conseguido expresarse en un estilo propio y dominan lo suficiente su lengua como para hacernos vibrar con las ideas y los sentimientos. Los extranjeros, a los que no podemos leer en su idioma nativo, normalmente pierden en las traducciones, pero en ocasiones nos llevamos la sorpresa de que la versión castellana puede ser tan buena o mejor que el original.

              Es el caso de António Lobo Antunes, José Saramago y Manuel Rivas. Los tres inimitables. Los dos primeros escriben en portugués y el tercero en gallego. Se me ocurre que actualmente son los tres mejores narradores en lengua castellana gracias a sus traductores: el argentino Mario Merlino que traduce a Lobo Antunes, la mujer de Saramago, la granadina Pilar del Río, que vierte al castellano la obra del premio Nobel y el propio Rivas que se traduce a sí mismo.

              Toda esta exposición en mi rudimentario estilo era únicamente para decir que el último libro de Lobo Antunes me ha llegado al alma, se titula "Ayer no te vi en Babilonia", que es la lejana ciudad a donde se han ido a vivir todos los amores que me abandonaron y que no he vuelto a ver.

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    MALENTENDIDO

              Ella le dijo "me gusta tu voz" y él pensó no volver a cantar. Le dijo "me gusta la gracia que tienes" y él pensó dejar de hablar. Le dijo "me gusta la forma como me haces el amor" y él pensó dejar de hacerle el amor.

              Él no quería que lo amara por lo que hacía sino por lo que era. Un día hablando por teléfono ella le dijo "me gusta tu mirada" y él guardó silencio unos instantes, luego colgó y se pinchó los ojos con una aguja. No alcanzó a oir la última frase que ella gritó: "No te quiero por tus silencios, me gustan tus silencios porque te quiero a ti".

              Más tarde, ella se iría a vivir a Londres con un cantante de rock. Él era el ciego de Mairena, el que vendía los cupones en la plaza, hace ya muchos años.

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    ENTRE ÁRBOLES

              Este es un lugar de grandes árboles, en su mayoría eucaliptos de más de treinta metros de altura. Cuando mueven los pies tiembla el suelo.

              Uno de ellos, robusto y solitario, se ha metido en mi jardín. Amenaza los tejados de mi casa con los brazos en alto y las axilas de pájaros. Dormir a la sombra de esa inquietud es como quedarse expuesto a la furia divina a cielo raso.

              He ido a quejarme al Ayuntamiento, a la oficina de parques y jardines, y me han explicado que ese árbol es mío, que no pueden actuar. He acudido entonces al Defensor del Pueblo y me ha respondido que él no defiende a las personas contra los árboles. He vuelto a casa abatido y nada más sobrepasar la verja de entrada he percibido cierto pateo de burla que me dedicaba mi árbol al que le seguían todos los de afuera. "¡Os reís porque soy débil, pero tengo huesos, carne, piel y corazón, en cambio vosotros sois madera, simple madera erguida!" les grité.

              Ciego de rabia he ido a comprar una sierra eléctrica y cuando la han visto han enmudecido, como si no hiciera viento, y luego han sacudido levemente sus largas melenas de clorofila. Me he plantado, nunca mejor dicho, ante el torso blanco y leñoso del eucalipto y he metido la hoja dentada entre sus pantorrillas mientras el resto de los árboles ululaba al unísono presintiendo el olor a sangre lechosa.

              Antes de cortarlo he limpiado la maleza alta que crecía a su alrededor y he visto que el tronco estaba encadenado a la tierra por una yedra que lo estrangulaba y lo vampirizaba sin piedad. Le he cercenado los dedos a la enredadera y el eucalipto, agradecido, se fue en silencio, sin doblar las rodillas.

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    LA LLAMADA DEL TIGRE
    (Noticia aparecida en la prensa el 9/7/2007)

          Alejandro e Inés se encontraban cada madrugada en el jardín cuando el sol empezaba a romper la oscuridad entre los árboles y solían echarse sobre la fresca hierba a dormir abrazados hasta la hora de comer, eran sus siestas matutinas.

          Alejandro tenía los huesos largos e Inés la piel fina. El colocaba la cara interna del muslo de su pierna derecha sobre la cadera de ella y retozaban. A veces se lamían con cariño y se hacían carantoñas. El tenía las uñas fuertes y ponía mucho cuidado en no arañarla. Ella era más pequeña que él, más elástica, con los ojos más claros y se escurría entre sus hombros.

          Hace más o menos un mes Inés no apareció como todos los días en el jardín para encontrarse con Alejandro: en su último analisis de sangre le habían detectado una pancreatitis aguda y tuvieron que aislarla en un cuarto de la planta baja con ventana al jardín para recibir todos los cuidados necesarios. Allí permaneció inmóvil, levemente atada por agujas y sueros.

          Alejandro se asomaba silencioso a la ventana y no se despegaba de ella hasta la noche.

          La semana pasada murió Inés, la tigresa. Los veterinarios no pudieron hacer nada contra su pancreatitis galopante y desde entonces Alejandro, el tigre, se pasea por el jardín del zoo de Utrera día y noche, llamándola.

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    CARMONA

              Pedro I el Cruel edificó su castillo en el alcor más alto para que fuera inexpugnable, pero jamás pudo imaginar que algún día en sus terrazas se servirían riquísimos helados de pistacho.

              El tiempo ha reemplazado a los personajes, ha disuelto a los ballesteros de las almenas y nos ha desperdigado a nosotros por las murallas arrastrando nuestra moderna levedad. El pasado, el presente ¿tal vez el futuro? deambula por el mismo espacio de rocas y cielo.

              Cuando trabajaba para una multinacional americana celebramos una reunión de empresa en esta atalaya medieval convertida en Parador de Turismo. Presentábamos el más moderno ordenador de la marca y en el momento en que el conferenciante se refería a las nuevas pantallas de rayos catódicos el representante norteamericano lo interrumpió para preguntarle: ¿Puede decirme por qué llama a las pantallas "de los Reyes Católicos"? Ante el absurdo histórico la única respuesta posible fue una sonora carcajada de los asistentes que resonó en la inmensa sala de armas del castillo y de la que participó el propio preguntador con gesto divertido.

              Pedro el Cruel, también llamado el Justiciero, debió ser hombre impetuoso y testarudo en amores. La leyenda cuenta que su insistencia en conseguir el amor de doña María Coronel, monja clarisa de Sevilla, hizo que ésta no encontrara otra forma de evitar el acoso real que vertiéndose aceite hirviendo en la cara para desfigurarse.

              Una joven disuelve lentamente en su boca una cucharilla de helado mientras mira por el ventanal de la antigua torre del homenaje, hoy lujosa cafetería. Al rey cruel le hubiera gustado divisar desde allí la alquería que fuera propiedad del escritor árabe Ibn Jaldún, porque allí vivía otra de las mujeres que amaba, María de Padilla. Pero en la gran llanura que contempla la joven y en su día contemplara Pedro I no se distingue ninguna edificación, sólo un mar vegetal, a veces tan brumoso como el verdadero océano.

              "Ven con el pelo suelto sobre tu blusa de seda roja", pudo pedirle él, y ella acceder a sus deseos esperándolo, sentada, vestida de esa manera. Pero el hombre que la citó no se había presentado al encuentro o ya se habría marchado. Si se trataba del rey cruel, afortunadamente ella acudía con un retraso de siete siglos. Si era un contemporáneo, es posible que ella se hubiese adelantado una hora, un día, un año o toda una vida. ¡Quién sabe!

              Su mirada soñadora indicaba que planeaba algo, tal vez la realización de un deseo o su renuncia, pero era conciente de que las acciones que iba a realizar se convertirían en pasado en el mismo instante que las ejecutara. Tal vez no merezca la pena ocuparse del pasado aunque vivamos atados a él, tal vez sea mejor olvidarse de todo, le hubiera podido insinuar. Es lo que a mí me dice la experiencia.

              La soledad en el tiempo es menos soportable que la soledad en el espacio, por eso nos da vértigo mirar fotos antiguas o repasar nuestras vivencias. La joven se marchó sin terminar su helado de pistacho.

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    LA DESTRUCCIÓN O EL ALCOR

              Alcalá de Guadaíra es generosa en tierras. Proporciona el albero, ese sol en polvo, para cubrir senderos de parques, ferias y ruedos taurinos en todo el mundo. El albero de Alcalá, llevado en barcos por dos océanos, tapiza hasta la lejana plaza de toros de Lima en su Feria de Octubre para hacerla más luminosa en la tradicional bruma de la ciudad.

              El albero se extrae del corazón de la cornisa, a cielo abierto, como si se tratara de manantiales dorados. La última herida se ha cavado en el alcor situado entre la aldea medieval de Gandul y el gótico castillo de Marchenilla. Es un tajo en el talud superior que modifica el horizonte. Los Alcores nos ofrecen generosamente su vientre, pero la asociación ecologista Alwadi-Ira pide que no les corten la cabeza.

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    ESPECTÁCULO INVISIBLE

              A la caída de la tarde se puede ver desde Alcalá cómo las luces de Sevilla retienen en fanales y azoteas los últimos rayos de sol. En el cielo se expande un resplandor de fuego helado que cae sobre la bulla de la ciudad.

              Una mañana descubrimos que la vega que se extiende al pie de los Alcores, levemente hendida por el río Guadaíra, había sido acotada como un recinto para herrar briosos corceles invisibles, semejante a los decorados que se montaron entre Trebujena y Lebrija para rodar El imperio del sol de Spilberg.

              Parecía que prepararan una guerra o que estuvieran recogiendo los cuchillos ensangrentados después de una batalla cuerpo a cuerpo. La gente merodeaba entre zanjas y desmontes, figuras incompletas, ruedas sin eje, cabezudos sin cabeza... entre todos, un grupo compuesto por una mujer, un hombre y una niña. Ella, gorda, con un sombrero que daba la impresión de haberse puesto un papagayo parlero en la cabeza, explicaba por señas que su pareja, un hombre lleno de vello vestido de frac, se había vuelto tartamudo de golpe pasados los cincuenta años. La chiquilla tenía los hombros estrechos, pechos imperceptibles, caderas anchas y muslos nudosos, tanto, que por abajo parecía una mujer robusta sobre la que asomaba el torso infantil de la niña.

              En la noche siguiente hubo fuegos púrpuras que se elevaban entre el batir de palmas como si en un Olimpo clandestino festejaran el nacimiento de una diosa. Se izaban mástiles más altos que los más oscuros eucaliptos, se colaba el aire en redes de pita, se separaban con lonas las estrellas de metales y cartones.

              El espectáculo se repitió dos noches seguidas y a la tercera noche de trabajos y tinieblas el circo se encendió como una gran jaula llena de fantasmas y animales.

              Un niño venido de otro continente observaba el espactáculo invisible desde afuera, desde la sombra muda de los elefantes.

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    FUEGO, AGUA Y AIRE

              Este invierno no me faltará leña. Las ramas tronchadas y las podas me han provisto de troncos de toda clase: lisos, rugosos, acorchados, resecos, negros, rojos, verdes, alcanforados, gruesos, finos...

              Todos los años me cuesta mucho trabajo encender la chimenea con la leña que le compro a un anciano tan luminoso y crepitante como una brasa blanca. Le seguiré comprando una carretilla, a pesar de tener este año mucha leña propia, es un rito de otoño que no romperé hasta que me vaya de aquí. No lo rompí ni siquiera el año que se le quemó la carbonería. Aquella vez se presentó con los brazos tiznados de carbonilla contándome su desgracia. "¿Y cómo es que le queda leña para vender?" le pregunté. "Es que fue lo único que no ardió en el incendio", me respondió muy orgulloso como tratándome de convencer de la bondad de su leña. Sus troncos dejan en ridículo el aforismo de Karl Kraus(1), la suya es una leña con virtudes ignífugas: apagan cualquier ironía.

              Este año tendré menos dificultades para encender la chimenea porque utilizaré la leña de mis árboles y de vez en cuando meteré uno de los troncos adquiridos al anciano. Porque la suya, aunque arda con dificultad, enciende un fuego antiguo, lleno de leyendas y misterios, en cambio la mía es leña de jardín, laica, que se consume rápido y sólo sirve para calentarnos y sonrojarnos un poco de los privilegios que disfrutamos en Occidente.

              El agua es lo opuesto al fuego y otro de los tres elementos básicos que los filósofos griegos pensaban que constituían la naturaleza de las cosas. El fuego es primitivo, el agua es la imagen fresca del fuego, el tercero, el aire, es la materia en suspensión.

              Cada mes de junio llegan muchos niños saharauis para pasar el verano con familias alcalareñas. Vienen del corazón del desierto. Lo que les sorprende no son los coches ni los edificios, es que el agua de los ríos brote por los grifos de las casas y tengamos leña para poder encender fuego. Y los jardines, que los maravillan. La naturaleza no es sabia, es necia; no pone agua en donde más la necesitan y llueve a cántaros en las ciénagas tropicales.

              La civilización no es otra cosa que el intento de domesticar la naturaleza dentro de nuestras casas. Tenemos el fuego en forma de llama o de electricidad, el agua como mágicos arroyos interiores, y el aire nos lo suministran ahora en cajas de aire acondicionado y sirve tanto para frío como para calor.

              Los griegos tenían razón, el aire es la naturaleza en estado puro. Y mientras existan árboles y agua no hacen falta para nada los aparatos de aire acondicionado. Lo leí en los ojos de un niño saharaui, antes de que partiera otra vez para el desierto.

     
      (1) Karl Kraus (Rep. Checa, 1874-1936). "Hacerle objeciones a la sátira es lo mismo que enfrentar las virtudes de la leña a la implacabilidad del fuego."

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    EL LINYERA

              En Argentina le llamarían "linyera", esos hombres que despaciosamente persiguen a los trenes. Cuando se lo dije desprendió su bigote hirsuto de sus labios en una risa casi petroglífica. Soy un simple vagabundo, me respondió cerrando los ojos.

              Lo he visto andar por la orilla izquierda de la carretera que cruza Los Alcores, desde Carmona hasta Alcalá, bajo el único sombrero de paja que queda por estos parajes. Va y vuelve con sus recuerdos metidos en bolsas de plástico, sin mostrárselos a nadie.

              Coincidimos en El Viso, en ese altozano que es un lugar ideal para avistar buitres leonados o una tentación para los suicidas de morir sin parapente lanzándose al vacío. Intuí que lo que ocultaba en sus bolsas era pura poesía. Extrajo un papel de una de ellas y me lo entregó:

              Leí en la parte exterior:

              "Desdóblese este folio como quien abre una jaula"

              Recordé al poeta que tenía una mujer parecida a un canto y nos sugería abrir su libro como quien pela una fruta: Carlos Oquendo de Amat.

              Leí entonces un breve texto escrito en el interior:

              "Desde que se me murió mi Angel de la Guarda vino a reemplazarlo una mujer joven, alta, distinguida, que no me habla pero me cubre con su aliento oscuro, me lava con las dalias de sus dedos, me sana, me silencia. Me ha curado de vivir confundiendo las estrellas con sus ojos. Un día le pregunté su nombre y ella me respondió: me llamo Muerte."

              La situación geográfica de El Viso del Alcor es 5,43' Longitud Oeste y 37,23' Latitud Norte. Lo cual demuestra que la poesía nos puede morder el corazón en cualquier latitud del planeta.

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    OROMANA

    El avión se me marchó volando
    del cobertizo de mi pecho, amada.

    (Adriano del Valle, 1895-1957. Rev. Grecia. Sevilla)

              Oromana es un pinar romántico en una pequeña montaña que forma un meandro en el río Guadaíra y también fue una revista literaria alcalareña de principios del siglo XX que como la sevillana Grecia siguieron los pasos futuristas de Marinetti y la tentación dadaísta de Tristán Tzara. Se propusieron utilizar la misma materia de la que están hechos los claxon de los automóviles, la oscuridad de los cines o el viento de los aeropuertos para hacer poesía y acabar con el intimismo ampuloso del modernismo.

              Los bosques hacen pequeños e inmortales a los hombres. En el pinar de Alcalá hay bancos rústicos hechos con troncos de madera velando los antiguos molinos de agua, sus puentes, sus arroyos, entre árboles centenarios. Debajo de los senderos están enterrados los palacios orientales de princesas de ojos azules y cisnes negros de su majestad Rubén Darío, soterrados, como el rubio albero.

              Las arboledas urbanas son mágicas porque en su etérea indiferencia retienen la luz de los silencios y en ellas permanece la hojarasca de recuerdos, de ensueños anhelados a la sombra de los árboles, de umbrosas miradas de bellísimas encantadoras... El temblor de los amantes se cobija en los ojos de insectos gigantes que apaciguan la hierba, viejos ojos felinos que poseen el don de revivir lo que ha marchitado el tiempo y apagar dulcemente cualquier nuevo destello de luna.

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    LA POESÍA EN LA CALLE

              "Se dice que si se señala algo con la mano el bobo mira al dedo. Y eso no es verdad, porque si no se mira al dedo no se puede saber cuál es la dirección a la que apunta. El bobo no mira al dedo, mira las nubes". Me lo decía Abilio, el mismo que afirmaba que hasta para aprender a fumar hay que tener arte. Abilio no sabía leer, era el guardés de una cultura rural auténtica en una finca aljarafeña donde pasé un año hace mucho tiempo.

              La cornisa del Aljarafe está al oeste, frente a frente a la de Los Alcores que está al este. Entre las dos cornisas se extiende Sevilla que tampoco es cierto que sea llana, es una hendidura como una herida mal curada, por el medio corre el Guadalquivir que recoge el agua ¿o el alma? de remotos ríos andaluces.

              Abilio ya habrá muerto, tenía una mujer silenciosa y abundante como un melocotonero y unos hijos mayores perdidos en la ciudad que no subían a verlo. Su cultura maduraba ignorada entre los huertos como un poema de Lorca.

              En el mundo del libro, hay también muchos embelesados con las nubes comerciales de las grandes editoriales y muy pocos los que miran el dedo que transmite la sabiduría.

              Hoy la cultura también se desplaza por bandas anchas y ADSL's de Internet y eso permite que avancemos a la velocidad de la luz de nuestras pantallas, aunque tampoco sea cierto que haya desaparecido la otra, la humana, la reposada filosofía que sigue brotando como el algodón de las marismas y que desciende hasta la calle.

              En la Feria del Libro Antiguo, al frente de su caseta, me encuentro a Alastair Carmichael. Inglés radicado en Cantabria con su librería de viejo que lleva en colaboración con su mujer Carmen Alonso. Carmichael también tiene una magnífica web (http://www.carmichaelalonso.com/) desde donde suministra libros antiguos a toda España. Aparenta un taimado activista de la cultura que ha cruzado España de norte a sur para exponer su literatura.

              Como impresor artesanal para su propio deleite, Carmichael me habla de las ediciones que hace en una "Minerva" que compró en el desguace de una imprenta. Lanza selectas ediciones de poesía en papel reciclado con textura de tela. Me comenta también la existencia de seis poemas de Lorca escritos en gallego, publicados por primera vez por Anxel Casal (Editorial Nos, Compostela -sic-, 1935, con prólogo de Eduardo Blanco-Amor), edición ahora inencontrable. Se han vuelto a publicar en escasas ediciones (Editorial Losada, Bs. Aires, 1938. Alianza Ed., Madrid, 1981). Permanecieron ignorados como los Sonetos del amor oscuro durante mucho tiempo.

              Nos preguntamos si los Seis poemas galegos ¿fueron escritos al alimón con Eduardo Blanco-Amor, poseedor del manuscrito? ¿o los concibió en castellano y fueron posteriormente traducidos al gallego por Guerra Dacal? ¿o los escribió Lorca directamente en gallego y se los corrigió un amigo? No se sabe. Alastair Carmichael ambiciona hacer en su imprenta artesanal una cuidada edición de estos misteriosos poemas lorquianos.

              Si la cultura sólo fuera la académica sería muy aburrida, felizmente la cultura auténtica la transmiten los individuos, está en la calle, como la poesía, en manuscritos, o en el campo.

              Este es uno de los seis poemas gallegos de Federico García Lorca:

    Canzón de cuna pra Rosalía Castro, morta

    ¡Érguete, miña amiga,
    que xa cantan os galos do día!
    ¡Érguete, miña amada,
    porque o vento muxe, coma unha vaca!

    Os arados van e vén
    dende Santiago a Belén.
    Dende Belén a Santiago
    un anxo ven en un barco.
    Un barco de prata fina
    que trai a door de Galicia.
    Galicia deitada e queda
    transida de tristes herbas.
    Herbas que cobren teu leito
    e a negra fonte dos teus cabelos.
    Cabelos que van ao mar
    onde as nubens teñen seu nidio pombal.

    ¡Érguete, miña amiga,
    que xa cantan os galos do día!
    ¡Érguete, miña amada,
    porque o vento muxe, coma unha vaca!

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    BONSOR: AMANTE

              Mientras buscaba la tumba de Jorge Bonsor en el cementerio de Mairena del Alcor me encontré con un escueto epitafio en la lápida de una mujer que me dejó perplejo. Leí: "¡Al fin sola!". No eran fugas de mi imaginación, ponía eso exactamente debajo de su nombre y de una fecha reciente.

              ¿Cuál habría sido la vida de esta mairenera para que quisiera perpetuar su inmensa tristeza después de la muerte? Probablemente había odiado a la persona a la que encargó grabar sobre el mármol esa terrible frase liberadora. Qué falta de sintonía encerraba su última voluntad y qué decepción tan profunda. ¿Por qué? ¿Porque nadie la entendió? ¿porque amó mucho a seres desaprensivos? ¿porque le dedicó toda su vida a un primer amor para al final descubrir que había amado a un idiota? El amor puede darle sentido a la vida, pero también puede ser un traidor sarcástico. En el cementerio permanecen mezclados los restos de alegrías y lágrimas. Paradójicamente la tumba de esta mujer parece irradiar la armonía que buscó en vida. Por la mañana le da sombra una palmera y por la tarde se la da un tupido ciprés que crece tras la lápida. Era domingo y no había ningún ser humano vivo en el recinto. Su esqueleto pleno de amor insatisfecho se había quedado, al fin, solo entre los muertos.

              Pasé sigilosamente ante su tumba y seguí buscando la de Jorge Bonsor que falleció en Mairena en 1930. Bonsor era uno de los tantos románticos extranjeros, pintores, escritores o músicos, que se entusiasmaron con la luminosa Andalucía del siglo XIX y se radicaron en estas tierras para siempre.

              George Bonsor Saint Martin nació en Lille (Francia) en 1855. Era hijo de padre inglés y madre francesa. Licenciado en Bellas Artes por las universidades de Londres y Bruselas. Viaja a España en 1878 y al visitar Los Alcores se deslumbra con su riqueza arqueológica aún poco estudiada en esa época y decide dedicar su vida a la investigación de los yacimientos alcoreños convirtiéndose en uno de los principales promotores de las excavaciones de la necrópolis romana de Carmona.

              En 1902 adquiere un castillo de bonito nombre en Mairena, en la ladera norte de la cornisa, el castillo de Luna, de construcción medieval sobre base árabe. Siete siglos antes, desde su desaparecida torre almohade se vería llegar por la meseta alcoreña a las huestes cristianas de Fernando III avanzando hacia Sevilla.

              En el castillo de Luna vivió intensamente el resto de su vida, descubriendo y atesorando entusiastamente los testimonios del pasado. Acondicionó un ala de la fortaleza para su residencia y allí vivió con sus dos mujeres. Jorge Bonsor debió ser un hombre afortunado en amores, se casó primero con Gracia Sánchez Trigueros y luego con su jovencísima segunda esposa Dolores Simó Ruiz que le sobrevivió casi cincuenta años. Pero además del amor por estas dos mujeres, su gran pasión se centró en la investigación y la historia que lo acompañaron permanentemente.

              En la sala de armas del castillo, hoy museo casi secreto, cerrado a cal y canto, sorprende ver tantos dioses enclaustrados en minúsculas cajitas, divinidades tartessas, fenicias, romanas... de sílice, bronce, oro, plata o marfil, perfectamente ordenadas y clasificadas, dioses que el tiempo ha convertido en objetos inofensivos, en alhajas o reliquias de otras épocas. Bonsor tituló una de sus obras: Los dioses de Los Alcores.

              Este apasionado científico anglo-francés, en su afán por difundir la cultura española fuera de España funda en 1904, con su amigo el hispanista neoyorquino Archer Milton Huntington, The Hispanic Society of América con sede en Nueva York y la dota con algunas de las piezas arqueológicas obtenidas en sus excavaciones de Los Alcores.

              Tal vez resulte morboso decir que el cementerio de San José situado en un alcor de Mairena es bonito, a pesar de encerrar vidas tan intensas y dispares. El túmulo de Bonsor se encuentra cerca del postigo de entrada, a sus pies yace la que fuera su viuda Dolores Simó Ruiz. En su epitafio resalta una palabra que define su pasión: arqueólogo. Y otra que no figura: amante.

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    LA BOTICARIA

              La arquitectura quizá sea el arte más completo que existe, porque nos da la posibilidad de vivirlo, mucho más que las versiones de "performances" o "instalaciones" de los pintores/escultores contemporáneos.

              ¡Qué no hubiera dado Velázquez por "vivir" su Venus del espejo! sin embargo su obra sólo admite la contemplación, un cuadro es sólo una ventana abierta, en cambio la arquitectura es donde habitamos, morada para el pobre y para el rico. El propio Velázquez intentó lo más difícil en Las meninas invitando al espectador a entrar a las habitaciones reales por medio de un juego de puertas y espejos, pero el efecto pictórico se queda sólo en apariencia.

              En la arquitectura no se encuentran esas limitaciones espaciales, por eso no es extraño que cuando uno entra a una obra mal diseñada la primera reacción sea de indignación. Es el caso por ejemplo del nuevo aeropuerto de Sevilla construído por el arquitecto Rafael Moneo, que no puede ser más incómodo para el sufrido viajador. Está pensado como para que por él embarquen gigantes y retornen pigmeos. Estoy seguro que si los aviones tuvieran voluntad propia se negarían a descender en un aeropuerto tan absurdo. La arquitectura es el arte donde la acalofilia de sus creadores tiene consecuencias sociales más negativas.

              Desgraciadamente, del humanismo de La Bauhaus de Gropius hemos pasado a una arquitectura disparatada, egocentrista, que no tiene en cuenta el bienestar de los que deambulamos por los laberintos de sus calles y aeropuertos, sino únicamente desea resaltar la vanidad de arquitectos megalómanos.

              La hacienda La Boticaria es un ejemplo de todo lo contrario, es toda luz y armonía en medio del campo. Se construyó en el siglo XVIII en la vega baja de Alcalá de Guadaíra, camino a Dos Hermanas. Es una obra artesanal de cuando aún Gropius no había expuesto sus principios, pero que se ajusta a ellos como todas las construcciones realizadas con sabiduría popular. Cada uno de sus materiales está escogido para el bienestar del inquilino, sea éste ser humano, caballo o acémila. Los muros anchos de cal para aislar del tórrido calor del verano, los patios empedrados y perfumados con limoneros, los tejados árabes dando sombra a las galerías de madera, las ventanas orientadas a frondosos jardines, los caños de agua surtiendo las mañanas de frescos sonidos...

              La Boticaria además, y es lo verdaderamente fantástico, tiene sus propias puestas de sol púrpuras que se pueden divisar desde cualquiera de sus rincones.

              Actualmente ha sido acondicionada como hotel y sus huéspedes pueden disfrutar de esta maravillosa hacienda que guarda la esencia de la cultura andaluza y alcoreña.

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    NAVIDAD, ODIOSA NAVIDAD

              Como decía un cronista de la conquista de América, "la diferencia de los aires y mantenimientos y mudanza de constelación y polo" hace que en el Perú los exámenes de fin de curso se convoquen en diciembre. Odiosa Navidad, para los malos estudiantes del hemisferio sur como yo, mezclar las malas notas y los regalos infantiles era un suplicio.

              Un año me peleé con Papá Noel. Le había pedido un casco de ciclista para poder sentirme como un campeón corriendo en mi bicicleta por las calles de mi barrio y me trajo un casco de esquiador.

              Aquel verano navideño en Lima pasé un calor espantoso empeñado en utilizar ese artilugio que estaba perfectamente diseñado para nieves alpinas y no para canículas peruanas. Pero eso no fue lo peor, lo peor era mi intento de convencer a mis amigos que lo que llevaba enfundado en la cabeza y que me hacía sudar a chorros era un "casco de ciclista europeo".

              Según la justicia divina que nos enseñaban me lo tendría bien merecido, ese año tampoco había aprobado. Era un mal estudiante, de los peores, me sentaba en las últimas filas de aquella desalmada aula jesuita, en la zona de los "viciosos", para poder desentenderme del profesor porque lo que pudiera decir no me importaba nada. Nos aleccionaban dentro de un mundo estático e inamovible, artificialmente moral, donde todo encajaba como en un puzzle y los buenos siempre tendrían un premio en esta o en la otra vida y los malos no podríamos escapar ni siquiera de la "Sección C" donde nos confinaban. Cualquier niño sabe cuando intentan instruirlo en una realidad sibilinamente falseada en razón de no sé qué extraños intereses, porque intuye que enseñar debe ser lo contrario de engañar.

              No hace falta remontarnos a planteamientos krausistas para saber que lo fundamental en la enseñanza es transmitir al alumno la relación que existe entre sus conocimientos y la autenticidad de su vida. Si no se hace, no nos debe extrañar que demuestren desinterés por adquirir una información que les es totalmente ajena. No se les puede pedir que memoricen el pasado cuando su problema es el futuro, hay que alimentar su inteligencia para que con lógica e imaginación desarrollen libremente su propia percepción crítica y creadora del mundo que tienen que vivir.

              El último informe PISA (Programme for International Student Assessment) señala a España a la cola de Europa en cuanto a formación, y a Andalucía a la cola de España. ¿Es que en España y principalmente en Andalucía se sigue enseñando de aquella manera?

              En mi caso concreto, puedo asegurar que mis educadores ignoraban por completo estas premisas. Ese desajuste entre lo que se empeñaban en que aprendiéramos y lo que en realidad necesitábamos nos hizo perdernos las cosas más interesantes. Por ejemplo, no teníamos el menor interés por conocer el origen de nuestra especie, ni nos preguntábamos cómo había evolucionado hasta llegar a nosotros, no podíamos ni atisbar la magia que tiene la literatura, ni el misterio de las matemáticas, ni percibíamos el placer de la naturaleza, ni la belleza del arte, ni nos movía ninguna curiosidad por el desarrollo de la ciencia, ni por las relaciones humanas, ni por nuestros sentimientos... éramos simples receptores pasivos de datos que nos eran suministrados como si se tratara de píldoras incuestionables, pero que en la mayoría de los casos eran falsos y por lo tanto no sólo no nos ayudaban a vivir sino que nos alienaban, nos apartaban de la realidad misma.

              Volviendo a mi estrafalario casco de ciclista, había sido un lamentable fallo del Viejo de Rojo que yo no supe reconocer. Los Reyes Magos, que vienen del desierto, no habrían cometido tan lamentable error, se hubieran dado cuenta nada más ver las orejeras de felpa que eso no podía servir para correr en bicicleta por los trópicos.

              Al año siguiente me reconcilié temporalmente con las Navidades porque me trajeron un microscopio que no era de plástico sino de "a verdad". Ese instrumento colmó todas mis aspiraciones científicas y me concentré clandestinamente en inútiles experimentos despachurrando insectos. Ese mismo año cayó en mis manos una novela de Julio Verne y comprendí que aparte del sórdido mundo académico que terminaba en diciembre con los temidos exámenes, existía otro apasionante que empezaba en cualquier momento, en el momento que abriéramos un libro, por ejemplo, o en el momento que acercáramos un ojo a un microscopio y se nos abrieran mil emociones nuevas.

              Yo no puedo decir con Sartre que "gastamos muchos años en aprender, para después tener que desaprender lo aprendido", a mí no me ha hecho falta "desaprender" casi nada porque en el colegio aprendí poquísimo. Eso se lo tengo que agradecer a mis educadores.

              ¡Lo que aún no logro entender es cómo llegaba a aprobar los exámenes en tan odiosas Navidades!

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    CABALLOS DE DOS HERMANAS

              En las madrugadas los caballos de carreras sueñan con estrellas fugaces. Aguardan impacientes en sus cuadras. Saben que la claridad los hará livianos, que les llenará los músculos de viento para salir a correr por los anillos de un planeta verde.

              Si antes los caballos famosos se llamaban Bucéfalo, Babieca o Molinero y tenían poderosas complexiones de velludo bronce, ahora en el hipódromo de Dos Hermanas se les conoce por Sweet Diane, Diablesca o Flying Diamond y son ligeros, altivos y nerviosos, conscientes de que lo único que cuenta es la velocidad.

              Hay gente que prefiere la Velocidad de Pegaso al Idealismo de Ícaro. (Gente es la que transita con premura entre ciudades, la que ocupa la calle con el propósito de comprar o beber compulsivamente, la que llena los medios de transporte, gente es la que va y viene sin destino. El siglo XX nos ha convertido a todos en gente, en bulla, en tiempo siempre a punto de agotarse).

              Mientras la cuadrilla de potros sacude la brisa extraviada entre sus crines, los ingrávidos jockeys se suspenden del aire con finas bridas y palmotean los cuellos de sus dóciles monturas. Sus blusas de colores son una baraja de naipes desbaratada en la espesura del paisaje. Van a representar el triunfo mitológico de la Velocidad sobre el Idealismo, van a reafirmar nuestra vertiginosa competencia, nuestra civilizada apuesta cruelmente ganadora.

              Alrededor del partidor las cabalgaduras perfilan sus nervios en la bruma. La intensa galopada que seguirá a la partida posee la belleza del arte efímero, de los versos escritos en las servilletas de los bares, de las miradas fugaces de amores instantáneos.

              La caída de Ícaro no entorpecerá la victoria de Pegaso. La gente aplaudirá incansablemente al más veloz. Sucederá todo como en una película a cámara rápida, como en una metáfora que no llegamos a desvelar.

              Y los perdedores seguirán corriendo carrera tras carrera, domingo tras domingo, soñando con estrellas fugaces.

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    PAGINA ACTUALIZADA EL 3/10/2008