Vinieron con guitarras y tambores a la puerta de la Facultad de Derecho, no eran muchos, sólo cinco o seis. Ellos con el desmelenamiento justo que permitía el régimen, es decir, melenita ensortijada encima de las orejas y ellas ¡vaya atrevimiento! en pantalones.
Se instalaron en la pequeña escalinata de acceso al edificio y cantaron arreglos de poemas del Romancero gitano de García Lorca. No eran buenos intérpretes pero le ponían voluntad y pasión. Ellos tocaban y ellas cantaban.
Los estudiantes que salían de clase se quedaban alucinados ante la pequeña orquestina improvisada. Se toleraba leer las Obras Completas de García Lorca publicadas por primera vez por Aguilar en 1960 pero aventar sus poemas al aire libre era toda una provocación.
No tardaron mucho en aparecer unos cuantos individuos que no destacaban del resto de los estudiantes por la vestimenta, ya que todos asistíamos a clases de traje oscuro y corbata sobria como clónicos de un circo, sino por la buena hechura de sus trajes de corte impecable y su aire de suficiencia. Se encaramaron en lo alto de la escalinata y empezaron a increpar a los músicos. Uno de los agresores, con tono de voz agudo y un lunar al lado de la boca que le daba un toque femenino, era el que más gritaba: “Rojos de mierda os vamos a crujir”.
Hubo un forcejeo, empujones, levantaron en vilo a una de las chicas y la tiraron tras unos setos al tiempo que entonaban el Cara al sol. Les rompieron las guitarras a los acompañantes y terminaron corriéndolos de la universidad sin que ninguno de los presentes se atreviera a intervenir en defensa de los muchachos del grupo. Tampoco nadie comentó lo sucedido, nos dispersamos cobardemente como si fuera un día normal.
La casualidad hizo que al día siguiente estuviera convocada una manifestación por tres catedráticos. Aquella fría mañana del 24 de febrero de 1965 unos centenares de estudiantes recorrieron el campus universitario acompañando a los profesores García Calvo, Aranguren y Tierno Galván. Era un acontecimiento insólito, nunca visto. Salieron pacíficamente de la Facultad de Filosofía, cruzaron a la de Derecho y continuaron hacia la de Medicina para regresar a la explanada central sin salir del perímetro universitario. Al cruzar las vías del tranvía de la Moncloa se produjo cierta agitación porque el tranvía tuvo que detenerse y algunos le bajaron el trole para que no pudiera continuar su trayecto. Un acto considerado por la prensa del día siguiente como vandálico.
Sorprendentemente entre los que se apiñaban alrededor de sus profesores y chillaban con mayor entusiasmo reconocí al fascista de lunar en la boca y voz aguda del día anterior.
No se trataba de una rebelión contra el régimen sino de una demanda de pequeñas reformas del estatuto universitario impuesto por Franco. Pedían tímidamente mayor libertad de expresión docente porque la Censura no había autorizado las conferencias de algunos intelectuales europeos. La represión franquista era tan masiva que nadie se atrevía a pedir mayor libertad que la de una cometa, es decir, poder volar pese a continuar atado.
A pesar de todo, la respuesta de la autoridad fue aplastante, los grises y la policía montada cargaron contra el estudiantado. No se supo el número de heridos ni si hubo muertos, una de las armas que el régimen franquista manejaba con mayor habilidad era la desinformación. Los tres profesores fueron expedientados y expulsados de sus cátedras con carácter permanente.
Hoy, sin motivo alguno (¿o sí?), me he acordado de esta primera manifestación política en la universidad Complutense.